martes, 20 de marzo de 2012

Primer Amor


A 12.000 metros sobre el océano, cruzando la oscuridad, hallo a Erri de Luca. La página es un fulgor de bombilla que rompe la penumbra de sueño que abatió al pasaje. En el libro que tengo en mis manos, se habla de un verano remoto en algún lugar del sur de Italia. Erri de Luca dibuja con trazo suave de lapicero su niñez, antes de que la edad adulta le condujese a la militancia armada de los años de plomo, al duro trabajo en fábricas y andamios, al activismo humanitario que le puso al volante de ambulancias durante la guerra de Yugoslavia.
Los grandes temas de la literatura siempre son iguales y siempre diferentes, siempre sencillos y complejos a un tiempo: la pérdida, el viaje, el reencuentro, la iniciación. El primer amor. De ese descubrimiento trata Los peces no cierran los ojos. De un verano frente al mar y de las propiedades curativas de la sal y los besos y de un niño a punto de dejar de serlo que aborda ese hallazgo que nos complica la vida y, a la vez, nos convierte en seres plenos. El bello verano. Como aquel de Pavese. Pero mucho antes de que perdiéramos la inocencia.
Erri de Luca posee la difícil virtud de la sencillez. Frases cortas, sin alambicamiento ni exceso de adjetivación alguno. Certeras. Elementos de precisión para una prosa evocadora de la que emerge, repentinamente, la poesía.
“Volvió a cogerme la mano, me vino de ahí, y de todo el cuerpo después, un impulso de júbilo, de caloría, de gracias. Se lo dije:
-Tus manos curan.
-Esta es tu segunda frase de amor”.
Erri de Luca coloca al niño que fue a punto de adentrarse en el camino de la edad adulta, y siempre nos hacemos adultos en una playa (siquiera imaginaria), al final del verano, septiembre es un buen mes para emprender nuevas rutas, todavía un viento cálido guarda el estío pero la luz anticipa los colores ocres del otoño.
A 12.000 metros sobre el océano, cruzando la oscuridad, leo a Erri de Luca. Escribe sobre el papel civilizador de la humilde cabra. El Mediterráneo, sostiene, se fundó sobre el rumiar tranquilo de una cabra.
“El (herbívoro) más perfecto es la cabra, que desnuda incluso los matorrales espinosos. La cabra, por sí sola, ha dado vida a los pueblos del Mediterráneo. Y pensar que hay ciudadanos que usan ‘cabra’ como insulto. La cabra ha hecho posible nuestra civilización”.
Cuanta razón. Qué ciegos estamos, a veces, como para no reconocer los méritos de aquellas bestias hermanas que nos han hecho llegar hasta aquí. Erri de Luca hace justicia a las cabras o más bien es su enamorada de aquel verano quien lo hace, pues es ella la que edifica el alegato antes citado. Pero Erri de Luca no recuerda su nombre, el nombre de ella, aunque sí sus besos, sucede tantas veces.
Y ella pregunta:
“-¿Te gusta el amor?”
Y responde él:
“-Es peligroso. Provoca heridas y después, a causa de la justicia, más heridas”.
Ah, el primer apasionamiento, un trueno repentino.
A 12.000 metros sobre el océano, cruzando la oscuridad, leo a Erri de Luca y me reconforta su mirada limpia, esa completa falta de malicia. En un mundo de sentimientos viciados, a veces, resulta purificador encontrar a tipos como de Luca. En Italia le consideran todo un maestro. Un clásico contemporáneo. Me apunto a esa opinión.
Los peces no cierran los ojos es un bellísimo relato. Una hermosa historia de amor que me ha llevado a 12.000 metros sobre el océano, cruzando la oscuridad, hasta las lluvias que clausuran el verano en Buenos Aires. De un verano a otro.
Leo a Erri de Luca en la quietud crispada de un avión que duerme, rumbo al sur. Cierro los ojos, al volver la última página, e imagino una playa en la noche y otro septiembre.

Los peces no cierran los ojos. Erri de Luca. 124 páginas. Seix Barral.



Daniel Serrano